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Carta al deseo from DomOctavio's blog

Un paseo. Las calles se abren como las vetas del mármol pulido y brillante. Mil edificios como atalayas desde donde los hombres esperan e inventan mil vidas escondidos en sus rincones, mil destinos por cumplir con cada ser humano que camina distraído, y que podría abrir con sus ojos las puertas del paraíso. Pero ellos nada saben. Tienen los tentáculos rodeándoles el cuello, amasando las costuras de su cuerpo con la feroz dulzura de un deseo. Caminan ajenos, se consumen como el cuerpo iridiscente de una cerilla. Cada flor es una tragedia que olvidar pero intensa como un crepúsculo. El cielo sangra y sangramos todos. Hinco las rodillas en la arena y mi reverencia no aplaca la caída cárdena del sol. Desde esa ventana alargo mis manos invisibles, profiero los susurros mas delicados mientras el mundo baila moviendo el vientre y los tambores crepitan quemando los campos del pudor. No puedo dejar de imaginarme que sería si mis suplicas ahogadas fueran atendidas, si cada fruto de la tarde resonase con mis caricias y quisiera contar un cuento dentro de otro cuento hasta agotar los pulmones de la imaginación. Querría vivir mil historias silenciosas. Que la muerte se vistiera de negro, de negro pupila, y las voluntades se condujeran bajo el hechizo de ser una serpiente enroscada y trémula, música para mis oídos, música para perder esta perfecta individualidad. Izo las velas, tiendo los remos y diviso que el horizonte huele a alquitrán. Preparo mi barco furtivo hecho con las entrañas de mil hombres desalentados. El cielo augura tormenta pero mi sonrisa conjura los vientos que han de llevarme hacia la conquista. La marea es débil, un rumor sordo tendido como el telón del infortunio. No me importa. Soy una pirata hambrienta de tesoros, de corazones que cambiaré por los míos. Navego alucinada con la obsesión del abordaje. Mil hombres y mujeres han de sucumbir a mis redes. Llevo en el pecho la canción de la sirena. El aire gris de los adoquines se tornará melifluo a través de mi garganta. Quién reciba mi evangelio olvidará la inteligencia de sus pasos y me pedirá que le aúpe a mi embarcación hecha de anhelos. Las calles son enjambres que rezuman la apatía del conformismo. Atravesare sus mejillas de nácar y vertiré mi sangre sobre las alcantarillas. No quedará una fuente sin el olor del vértigo y la viscosidad de los efluvios prohibidos.

 

 Allí está. Sorbe su café y sus labios se le arrugan entre espirales de vaho. Está sentada frente al espejo, traslúcida como una medusa de largos y ensortijados brazos, inaccesible como la luna. Me detengo frente a ella y mis piernas querrían atravesar mil continentes antes que permanecer quietas para que yo la contemplase. No las culpo. Son las hijas del miedo primordial como cada una de mis células, infectadas desde su primer desdoblamiento. Pero ya no temo. Gobierno un barco fantasma construido con la fe del delirio y la fragancia de mil rosas ensangrentadas cuyo último estertor conservo en un frasquito de cristal. Su cara brilla con la baba áurea del sol. Es porcelana esmaltada por las manos del único misterio. La sangre se remansa sobre los labios fruncidos, duros como la invisibilidad que nos separa. La miro enloquecida, mis ojos sobrevuelan su frente como dos cometas desorbitados, consumiéndose sin que su estela pueda despertarla, conmoverla. Atravieso el umbral de la vigilia y me conduzco a su lado. Sigue distraída. No me ve ni me huele. Recorre las praderas de Júpiter o se desliza en patines por los anillos de Saturno. Quizá imagina también su barco alado y solo espera el guiño del mar para vivir. Acerco mi cara a la suya. La distancia no existe cuando el miedo no puede ya medirla. Poco importa que me descubra oliendo su cabello, rozándola con mi nariz hasta el estremecimiento. Ella está en Júpiter y yo soy un ángel caído. Continúo mi danza de redención durante lo que me parecen mil eternidades. Cierro los ojos. Hacia donde me dirijo no hay ya nada que ver. Tiendo mi mano y ella tiende la suya. Siento el ritmo del mundo en cada intercambio. Vida y muerte correteando por sus bronquios en un repiqueteo que podría interrumpirse en cualquier momento. No debo perder mas tiempo.

Pero, ¿acaso el tiempo se pierde cuando nos fundimos en la verdad? ¿Acaso la vida pasa cuando reposamos sobre dunas sedosas de un cuerpo humano? No lo creo. Tengo la calma de una nube peregrina. Sé que al fin estoy donde debo. Que mis deseos son una dinfonía perfecta y ella una bella e infinita caja de resonancia. Giro la manivela y la bailarina entona du canción. Despierta de su abismo y me sonríe con la suavidad de un dios. Pronuncia mi nombre. Lo repite. Una vez. Otra. Mi cuerpo la abraza y juntos estallamos como rompe la autora, como rompe el principio y el amor, la muerte que siempre quise para mí.

Ahora me habla y su voz no se oye, la siento tronar en mi alma: eres mi reflejo…


El Muro

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