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Mariè, cómo comenzó todo (parte 2) from nShingo's blog

Llegamos al hotel. Mientras yo reservaba el cuarto, Mariè se sentó en un sillón cercano. Cuando recibí la llave del cuarto, fui con ella. Estaba en silencio.

— Te veo algo rara, ¿está todo bien?

— Sí, sí, todo bien. —me respondió.

Recordemos que esta sería la primera experiencia de Mariè con un Dominante, y que por ello tenía que tomar las cosas con calma con ella. Con mucha calma, procurando hacerla sentir segura y en confianza.

Entramos al cuarto. El primer paso fue definir nuestras palabras de seguridad. Mariè, aunque sabía qué era una palabra de seguridad, no había pensado en ninguna en particular. Así que acordamos que ella usaría el típico "semáforo": "Amarillo" (para bajar la intensidad del juego) y "rojo" (para detenerlo). La mía es "tiempo fuera" (que es como el "rojo", no uso palabra intermedia).

Dado por acordado ese punto, dejé que Mariè entrase al baño y se preparara antes de empezar. Me quité los zapatos.

En el momento que ella salió del baño, decidí comenzar.

— OK Mariè, quítate los zapatos y párate frente al espejo. Cierra los ojos, pon las manos en la nuca y separa un poco las piernas.

Le hablaba de forma normal, no con la típica "voz de mando" ni dándole órdenes. Decidí que aún no era el momento para eso. Aun así, Mariè hizo lo que le pedí.

Le hice algunas preguntas de rigor: Su nombre, rol, algunos datos físicos. Mientras me hablaba, yo la observaba, caminando a su alrededor, sin tocarla.

Los leggins que llevaba puestos le daban un bonito resalte a su trasero y a sus muslos. Mientras seguía hablando, puse mi mano sobre la parte baja de su espalda, encima del polo. Ella lo notó. Yo estaba atento a sus reacciones. Bajé suavemente mi mano por la curvatura de su espalda hacia una de sus nalgas, apretándola y palmeándola. Ella respiró hondo. Se dejaba tocar.

Comencé a recorrer el cuerpo de Mariè con ambas manos, siempre por encima de la ropa. Comenzando por su cuello, brazos, pechos, vientre, cintura, caderas, nalgas y muslos. Podía oír que seguía respirando hondo. Yo iba despacio, no de forma demasiado intensa ni brusca.

— Hoy has llegado tarde —le dije.

— Sí, disculpa.

— No me gusta la impuntualidad, Mariè. Hoy has cometido una falta. ¿Sabes lo que eso significa?

Ella dudó por un segundo.

— ... ¿un castigo?

Respondí afirmativamente.

— Está bien... —fue su respuesta.

Mariè seguía de pie, con las manos en la nuca. Me agaché a su costado, con el cuerpo mirando en dirección opuesta al de ella. Con mi brazo izquierdo la sujeté por la cintura. Con mi mano derecha comencé a acariciar nuevamente su trasero por encima de los leggins.

— Serán 10 nalgadas, y las vas a contar una por una —le dije.

Ella no respondió. Ya sabía que había cometido una falta, y que debía ser castigada por ello.

Le di las 10 nalgadas, 5 en cada lado. Ella las contó. No fueron nalgadas muy fuertes, y a ella pareció no dolerle demasiado.

Me levanté y me puse frente a ella. Seguía con las manos en la nuca y los ojos cerrados.

Llevé mi mano a su zona íntima, y comencé a moverla en círculos, suavemente por encima de la ropa. Ella se dejaba hacer. Metí mi mano por debajo de los leggins y la acaricié por encima de su ropa interior. Ella respiraba hondo mientras lo hacía. Y siguió haciéndolo cuando toqué directamente su sexo por debajo de su ropa interior.

— Estás depilada... —le dije.

Quité mi mano de su intimidad, y me senté sobre la cama, por un costado.

— Ven aquí, siéntate a mi lado —le dije.

Ella lo hizo. Mariè obedecía en todo lo que le pedía, casi sin chistar. Solo se detenía cuando no entendía bien la orden o no sabía qué hacer. Era una de las cosas que más me gustó de ella.

— Échate aquí —le dije, señalando mi regazo.

Nuevamente obedeció. Se acomodó sobre mi regazo, dándome una bonita vista de su cola, que quedaba especialmente levantada por la posición en la que estaba, y tanto sus nalgas como su espalda quedaban al alcance justo de mis manos.

Comencé a acariciar nuevamente sus nalgas. No eran especialmente grandes, pero sí redonditas, y eso me gustaba. Ella no ponía ninguna objeción, tan solo se dejaba tocar y acariciar.

Le recriminé nuevamente su falta. Ella lo aceptaba, explicando el motivo de la misma. Mientras hablaba, comencé a darle las primeras nalgadas, siempre por encima de la ropa. A veces eran nalgadas espaciadas, con algunos segundos de diferencia. Otras eran más seguidas, y podía ver en la expresión de su rostro que le era más difícil aguantarlas.

Aún estando acostada en mi regazo, le bajé los leggins hasta medio muslo. Su trasero, casi desnudo, quedó frente a mi, estando "cubierto" (nótese las comillas) tan solo por una pequeña trucita, de esas que en la parte de atrás solo tienen una tira delgada de tela que se mete entre las nalgas. El color rosado de aquella prenda hacía un bonito contraste con el color de su piel.

Hice que contara nuevamente. Esta vez fueron 50 nalgadas sobre su piel desnuda, y ella las contó una por una.

Le ordené levantarse, e hice que se viera al espejo, de espaldas y todavía con los leggins abajo.

— Se ven rojitas... —me dijo, en referencia al color encendido de su piel después de las nalgadas que le di. Yo reí.

Se subió nuevamente los leggins. Le ordené que se parara al costado de la cama. Comencé nuevamente a acariciar todo su cuerpo, pero esta vez pegándome más a ella y metiendo de cuando en cuando mis manos por debajo de su ropa. Le quité primero el polo, y luego los leggins, quedando solo en ropa interior. Seguí acariciándola. Mariè no decía nada, tan solo oía su respiración.

Me alejé de ella. Le ordené que cerrara nuevamente los ojos y que no se moviera. Tomé sus leggins, los enrollé, y los usé para improvisar una "venda" con la que cubrí sus ojos.

Tomando su mano, la llevé al pie la cama. Sujeté sus manos por detrás de su espalda. Me puse frente a ella, tomé su mentón y tiré de él ligeramente hacia arriba. Besé sus labios por primera vez aquella noche. A ella no pareció incomodarle. Como a lo largo de toda la noche, tan solo se dejó hacer.

— Día del beso, toma 1...

Mariè sonrió cuando le dije eso. La besé nuevamente en los labios.

Le quité el brassiere y la acosté sobre la cama, boca arriba. Alcé sus brazos por encima de la cabeza y até sus muñecas, primero con su chalina y después, por encima de esta, con el tirante de maletín que llevé. Le pedí a Mariè que me contara algunas cosas triviales mientras la ataba. No tenía nada con qué atar sus brazos a la cabecera de la cama, por lo que solo me quedó darle una nueva orden:

— No bajes los brazos, Mariè, mantenlos en esta posición.

Mariè no podía verme, pero sí escuchar mi voz. Asintió con la cabeza y siguió contándome sus cosas. Cuando acabé de atar sus muñecas, y sin darle tiempo a que acabase de hablar, me puse a su costado y la "callé" besándola nuevamente en los labios, esta vez de forma mucho más profunda. Mi boca comenzó a bajar por su cuello mientras mis manos acariciaban su piel desnuda. Mariè no decía nada, apenas se movía, y sus brazos seguían arriba, tal como se lo había ordenado. Recorrí su cuerpo con mis manos y mis labios, bajando por sus pechos, pezones, vientre, ombligo y cintura, hasta llegar al borde de su ropa interior, la única prenda que aún llevaba puesta.

Me levanté y me puse al pie de la cama. Separé un poco sus piernas y, sin mucha prisa, le quité la ropa interior. Ella elevó un poco sus caderas para que me fuera más fácil hacerlo. Tras quitarle su última prenda íntima, me puse de pie y dediqué unos segundos a contemplarla. Allí estaba ella, Mariè, ante mí, completamente desnuda, con las manos atadas, los ojos vendados, y a mi completa disposición.

Me coloqué entre sus muslos, los separé un poco y me acerqué a su zona íntima.

— Día del beso, toma 2 —le dije.

Ella no respondió, pero ya debía saber a qué me refería. Comencé a besar suavemente los alrededores de su sexo. El ruido de su respiración aumentó ligeramente. Comencé a pasar mi boca por sus labios mayores, y luego mi lengua por la entrada de su vagina, buscando su clítoris. Primero de forma suave y lenta, y poco a poco aumentando la intensidad, pero no de forma demasiado apresurada. De cuando en cuando me detenía para ver las reacciones de Mariè, después continuaba con lo mío.

Unos suaves gemidos se escapaban de la boca de Mariè. Le estaba gustando. Decidí aumentar más la intensidad de mis movimientos. Le acariciaba los muslos, subiendo por su cintura y vientre hasta sus pechos, jugando con ellos para luego volver a su cintura y muslos, mientras no dejaba de estimularla oralmente. Mariè comenzaba a agitarse y sus gemidos aumentaban, pero mantenía sus brazos arriba, tal como se lo había ordenado.

Estuve haciéndole sexo oral por bastantes minutos, y los gemidos de Mariè se convirtieron en gritos. Su excitación aumentaba, y yo quería darle más. Quería hacerla llegar... Pero en eso, algo pasó...

— ¡Amarillo...! —dijo de repente Mariè.

Aunque habíamos acordado que "amarillo" era para bajar la intensidad del juego, decidí detenerme, como si ella hubiera dicho "rojo". Por un momento pensé que la había podido lastimar sin querer. Tras detenerme. esperé unos segundos y dejé que su respiración retomara su ritmo normal.

— ¿Qué pasó? ¿Estás bien? —le pregunté, acercándome a su rostro, aún con los ojos vendados.

— Sí, es solo que sentí tus dientes y creí que me ibas a morder ahí abajo... —me respondió ella.

Me reí. Le dije que no tenía pensado hacer eso. Ella se rió también, y creo que le dio algo de pena por haber pensado que lo haría. Pero no le di importancia. Era nuestro primer encuentro, y aunque hace rato la castigué por haber cometido una falta, había cosas que sí podía pasar por alto en aras de la confianza.

Pasado el incidente, decidimos continuar. Esta vez le ordené que se pusiera a 4 patas sobre la cama. Ella, aún con sus muñecas atadas, obedeció. Me coloqué detrás de ella, teniendo una inmejorable vista de su trasero, zona íntima y ano. Me acerqué nuevamente a su sexo y comencé a estimularla con mis labios y mi lengua, al tiempo que acariciaba y apretaba sus nalgas. Mariè nuevamente comenzó a gemir, mientras yo de vez en cuando le daba una que otra nalgada sin dejar de darle sexo oral. Pero debió ocurrir que el incidente de los "dientes" había enfriado un poco el asunto, por lo que solo seguí estimulándola oralmente por un buen rato más.

Cuando acabé, dejé que Mariè se acostara sobre la cama y su respiración se normalizara. Se veía cansada, pero también se le notaba particularmente relajada. Desaté sus manos y te quité la improvisada "venda" de los ojos. Yo me acosté a su lado. Y mientras la acariciaba suavemente y besaba repetidamente sus mejillas, ella me contaba algunos episodios de su vida personal. Había confianza entre nosotros, no solo a nivel BDSM sino también a nivel personal. Yo había quedado encantado con Mariè, tanto como chica vainilla como siendo compañera de sesión. Ella me dijo además que el sexo oral "le había gustado mucho" y se disculpó por el asunto de los dientes. Y si bien eso me "descuadró" y me hizo perder el ritmo, preferí no darle mayor importancia.

Mariè se vistió. Y antes de irnos, mientras ella estaba terminando de arreglarse, al tiempo que seguía contándome sus cosas, yo pasé por detrás de ella y, en un gesto juguetón, le cogí descaradamente el trasero. Ella se quedó sin habla, y después de un segundo y pico sin reaccionar, se echó a reír.

— No puedes reclamar nada —le dije, antes que pudiese ella decir algo—. Seguimos en el cuarto, así que aún puedo hacerlo si quiero.

Y ese fue mi primer encuentro íntimo con Mariè. No fue, como dije, una "sesión BDSM" estrictamente hablando, y quizá no tuvo el final esperado, pero hoy, visto a posteriori, no me puedo quejar. Lo que no sabía en ese momento era si ese sería nuestro primer y último encuentro o si íbamos a tener más. Afortunadamente, ocurrió lo segundo... pero eso lo dejaré para los siguientes relatos ;)

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Relato basado en hechos y encuentros reales. "Mariè" fue una persona real, cuyo nombre he cambiado para proteger su privacidad.

El Muro

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Por nShingo
Nov 15 '18

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