Cuando la oí entrar en la habitación mi cuerpo se estremeció, solo su presencia ya me provocaba respeto.
- “¿Qué haces aún vestido perro? Desnúdate y de rodillas.”
- “Mis disculpas mí señora.”
Una vez desnudo y de rodillas en posición de espera, ella se acercó y
procedió a ponerme el collar, ya le pertenecía íntegramente.
Esta vez no me puso la correa, apresó mis pezones con unas pinzas unidas por una cadena, tiró de ella y dijo:
- “Sígueme cachorro, y que no tenga que volver a poner esas pinzas.”
Y a gatas me llevó hasta una silla al otro lado de la habitación. Se sentó en ella. Mientras yo quedaba esperando a sus pies.
Me levantó la cabeza y me puso una venda de seda negra en los ojos y ordenó que me tumbara en sus rodillas.
Ya estaba preparado para recibir mis azotes cuando de repente me
sorprendió un calor que fue invadiendo mi espalda. No tardé en reconocer
que era ese goteo. Cera caliente que distribuía por cada centímetro de
mi piel.
- “¿Está disfrutando mi sumiso?” Me dijo con tono irónico.
- “Si, mi señora.” Le contesté con la voz entrecortada al sentir como la palma de su mano empezaba a azotar mi culo.
Después de 10 azotes en cada nalga, alternativamente, se detuvo un momento para introducirme un plug.
Empezó a moverlo, sacándolo casi fuera y volviendo a introducirlo totalmente, haciéndolo girar y dándole golpecitos.
Sin sacarme el plug, cogió su pala de cuero negro decorada con letras rojas en el centro “D O G” y volvió a azotándome.
Con mi culo rojo y dolorido ordenó que me pusiera de rodillas frente a ella, abrió sus piernas y ofreciéndome su sexo dijo:
- “Disfruta de tú premio perro.”
El Muro