DIMENSIONES PSICOLOGICAS DE LA ENTREGA MASOQUISTA
El año de publicación original del artículo es el 2008,y su autora es la psiquiatra americana Dorothy C. Hayden.
Hace algunos años, en relación a mis trabajos sobre la adicción al sexo, un grupo de sumisos empezaron a acercarse a mi para recibir tratamiento. Algunas de estas personas eran extremadamente renuentes a discutir las razones por las que buscaban terapia: también estaban tan avergonzados de sus fantasías y sus conductas, que me llevó años de trabajar con ellos hasta que pude saber sus verdaderos nombres, o sus números de teléfono. Aquellos pacientes que pudieron ser directos y abiertos acerca de sus conductas masoquistas y sus fantasías, estaban tan confundidos como yo. Uno de mis pacientes me dio por escrito, luego de meses de resistencia, una fantasía masoquista, y me dijo: “Aquí está. Esta es la razón por la que vine a terapia. Es terrible. Es enfermo. Lo odio, es mi fantasía favorita. No lo soporto, lo amo. Es asqueroso, no quiero terminarlo”.
Aprender acerca del mundo S&M fue una experiencia invaluable para mi. Tengo que admitir que, viéndolo desde la perspectiva de lo que yo conocía acerca de la naturaleza del individuo (self [1]), el masoquismo me intrigaba, dando por tierra con todo lo que era racional acerca de la naturaleza de la personalidad humana. La gente quiere ser feliz, y evitar el dolor y el sufrimiento. Buscan mantener e incrementar su control sobre si mismos y su entorno. Y desean mantener e incrementar su prestigio, respeto y estima. Visto desde la perspectiva de estos tres principios acerca del individuo, el masoquismo es una paradoja deslumbrante. El yo (self) se desarrolla para evitar el dolor, pero el masoquista busca el dolor. El yo (self) pugna por el control, pero el masoquista busca renunciar al control. El yo (self) apunta a maximizar su autoestima, pero el masoquista deliberadamente busca la humillación.
DESTAPANDO UN MUNDO
Escuché historias de latigos, varas, potros, CBT, cera caliente sobre piel
desnuda, aparatos electrónicos diseñados para provocar el nivel preciso de
dolor, la dificultad en hallar al Ama adecuada, y la sorprendente cantidad de
“mazmorras” que existían a unas pocas cuadras de mi oficina en pleno centro.
Además, los hombres me hablaban de la frustración de no poder interesar a sus
esposas o parejas (que tomaban estas actividades sexuales como perversas) en
participar de las conductas sexuales que tanto deseaban. Sospecho que había un
gran número de personas que sentían una tremenda vergüenza y aislamiento debido
a sus deseos de sumisión masoquista. Decidí revisar la literatura clínica sobre
el masoquismo, para munirme de un mejor entendimiento psicodinámico sobre por
qué estos hombres, que tan asiduamente se sentían atados por la vergüenza,
estaban tan dispuestos a ser dominados, heridos, torturados por fuertes mujeres
dominantes.
Esto es lo que mi investigación reveló: de acuerdo al Manual de Diagnóstico y
Estadística de la Asociación Psiquiátrica Americana (la biblia de los
psicólogos) [DSMIV , por su sigla en inglés [2]], cualquiera que participa
regularmente en sexo masoquista está mentalmente enfermo, por definición. Hay
una larga tradición de considerar al masoquismo como la actividad de individuos
mentalmente enfermos. Freud describió el masoquismo como una perversión. Uno de
sus seguidores relacionó el masoquismo con el canibalismo, la criminalidad, la
necrofilia y el vampirismo. Otro dijo que todos los neuróticos son masoquistas.
En breve, la perspectiva clínica siempre consideró a los masoquistas como
seriamente desquilibrados.
EL ENFOQUE TERAPEUTICO
Krafft-Ebing, el psiquiatra del siglo XIX que acuño el término, incluyó el
masoquismo bajo el amplio título de “Patalogía General”, en su famoso volumen
Psychpath Sexualize, en 1876. El masoquismo se volvió un fenómeno patológico,
sexual y psicopático todo a un tiempo.
“Por masoquismo, entiendo una perversión particular de la vida psico-sexual, en
la cual el individuo afectado, en sentimiento sexual y en pensamiento, es
controlado por la idea de estar completa y incondicionalmente sujeto a la
voluntad de una persona del sexo opuesto, siendo tratado por esta persona como
un Amo – humillado y abusado. Esta idea está matizada por un sentimiendo de
lujuria; el masoquista vive en fantasías, en las que crea situaciones de este
tipo, y frecuentemente intenta llevarlas a cabo. Debido a esta perversión, su
instinto sexual se vuelve más o menos insensible a los encantos naturales del
sexo opuesto – incapaz de una vida sexual normal – físicamente impotente”.
Prácticamente es un dogma del pensamiento psicoanalítico, que el masoquismo es
la condición sexual en la que el castigo es necesario antes de poder alcanzar
la satisfacción. Freud entendió que el fenómeno resultaba de un “sentimiento
inconsciente de culpa”, como una “necesidad de castigo de parte de una
autoridad paternal”. En sus escritos de 1919, Freud fundó el génesis y el punto
de referencia del masoquismo en el complejo de Edipo. El masoquismo, según él,
empieza realmente en la sexualidad infantil, cuando el deseo de una conexión
incestuosa con la madre o el padre debe ser reprimido. La culpa aparece en este
momento, en conexión con los deseos incestuosos. La figura paternal se
convierte entonces en el dador de castigos en vez de amor, y aparece en deseos
de golpizas y azotes. La fantasía de ser golpeado resulto así el punto de
encuentro entre el sentido de la culpa y el amor sexual. Más allá de que
implique dolor literalmente o no, el castigo deseado por el masoquista es
disfrutado en sí mismo. Tanto el castigo como la satisfacción, ambos producen
placer –y humillación. Freud, refiriéndose al masoquismo como una “perversión”,
lo enterró para siempre en el ghetto de lo aberrante y “desviado” (deviant).
Mi investigación, sin embargo, no concordaba con mi realidad clínica. Las
personas que se me presentaron no eran inmaduras ni inferiores. De hecho,
parecía suceder lo contrario. Los masoquistas suelen ser exitosos de acuerdo a
los estándares sociales: profesional, sexual, emocional y culturalmente, en
matrimonios o fuera de ellos. Frecuentemente se trata de individuos con un carácter
fuerte, de gran personalidad, capaces de hacer frente a las dificultades, y con
un sentido ético de la responsabilidad individual. Un famoso estudio del
“perfil sexual del hombre en posiciones de poder”, descubrió, para sorpresa del
investigador, una gran actividad sexual masoquista entre exitosos políticos,
jueces y otros hombres importantes e influyentes.
DE LA PATOLOGÍA AL ESTILO DE VIDA
Me resultó evidente que las teorías de la Psicología referentes al masoquismo
eran obsoletas. En la década del 60, la homosexualidad fue eliminada del DSMIV,
y fue reconocida no como una patología, sino como una elección de un estilo de
vida.
Entiendo que lo mismo debería ocurrir con el masoquismo y que, como la
homosexualidad, debe ser eliminada del apartado “psicopatologías”, y debe ser
visto como lo que es: una elección de una forma de vivir la sexualidad. Es el
objetivo de este artículo sugerir formas de entender el masoquismo, sin
recurrir a teorías sobre la salud mental.
Las preguntas, sin embargo, permanecían. Me dejaba perpleja el por qué tantos
hombres, criados en un cultura que valoraba la iniciativa, autosuficiencia y
dominación masculinas, querían ser aliviados de estas cualidades, y rendir su
voluntad a una mujer fuerte y dominante que podría torturarlos, controlarlos y
humillarlos. ¿Cuál era la base de esta necesidad irresistible a rendirse y
servir, a renunciar al control, a aceptar el dolor físico y la humillación
emocional?
Al escuchar a mis pacientes a lo largo de los años, empecé a ver el masoquismo
menos como una aberración sexual, y más como una metáfora a través de la cual
la psique expresa su sufrimiento y su pasión.
Había una conexión indudable entre sufrimiento y placer, que me intrigaba.
Los clientes hablaban del estático placer de la sumisión, de la adoración, en
el abandono salvaje y el escape de los restrictivos lazos de la “normalidad”.
El sufrimiento ritualizado parecía ser una manera de darle sentido y valor a
las debilidades humanas. Después de todo, no hay solución de continuidad del sufrimiento
en la vida humana. Nadie necesita ir en busca del dolor. El sufrir produce
desesperanza, desazón, desilusión, pérdida, debilidad y limitación, son parte
de la condición humana. Entiendo que hay algo como una necesidad, deseo o
interés universal de rendirse completamente a ciertos aspectos de la vida
humana, y que ese deseo asume muchas formas. Este apasionado deseo de rendirse
forma parte en al menos algunas instancias del masoquismo. La sumisión, el
perderse en el poder del otro, el ser esclavizado a un Amo, es la opción
siempre disponible más cercana a ese “rendirse”.
EL “SUBESPACIO” (SUBSPACE)
Los sumisos hablan de una cualidad de liberación, libertad y esparcimiento del
yo (self) en una Escena [3] , de forma similar al dejar caer las barreras
defensivas. Hablan de la experiencia de completa vulnerabilidad. Creo que,
enterrado o congelado, existe un deseo de que haya algo en el entorno que haga
posible la entrega; una especie de capitulación del “falso yo”. El “falso yo”
es una idea desarrollada por un famoso psicoanalista, quien sostenía que la
mayoría de los padres necesitan que sus hijos se comporten de formas
circunscritas, para que puedan (los hijos) recibir su amor. Para un niño, el
amor paternal es una cuestión de supervivencia, y por lo tanto, el niño forja
un “yo” que creen que asegurara el amor y la aprobación paternal. Este “falso
yo” es usualmente el “yo” guardián. Una Escena, a veces, permite que años de
barreras defensivas que sostienen al “falso yo” se derrumben. Lleva consigo un
ansia por el nacimiento del ”verdadero yo”. En el fondo, queremos claudicar,
“blanquear”, como parte de un ansia general de ser conocidos o reconocidos. La
idea de rendirse puede ser acompañada por un sentimiento de terror o de alivio,
o incluso éxtasis. Es la experiencia de estar “en el momento”, totalmente en el
presente. Su objetivo último es el descubrimiento de la propia identidad, del
propio sentido de ser uno mismo, del sentido de completitud, e incluso del
sentido de unidad con otros seres vivientes. El espíritu alegre, trasciende el
dolor que lo provoca. El propio exquisito dolor es a veces parecido al éxtasis
místico. En el contexto de esa entrega, ocurre una experiencia de sumisión
auto-negada, en la cual la persona es cautivada por la pareja dominante. La
intensidad del masoquismo es un testimonio vivo de la urgencia con la que una
parte enterrada de la propia personalidad grita por ser liberada. La entrega no
es más que la disolución controlada de las propias ataduras.
El anhelo más profundo es el ansia a alcanzar, conocer y aceptar; en un
ambiente seguro que padres preocupados, disfuncionales o narcisistas no
supieron proveer al niño, a edad temprana.
Las fantasías de violación, que son muy comunes, pueden tener muchos
significados. Entre ellos, uno encontrará casi siempre, a veces profundamente
enterrado, un anhelo de profunda entrega. El sumiso ansía y desea ser
encontrado, reconocido, penetrado hasta su núcleo, de forma tal de ser real, o,
como dice un analista, “comenzar a ser”.
RITUALES Y CREATIVIDAD
Además del ansia de entregarse a un sentido más real de si mismo, las conductas
masoquistas tienen otro significado. La gente necesita y encuentra placer en la
producción de fantasías. Pregúntenles a los empleados de Disneyland, que
atienden tanto a adultos como a niños. Las Escenas tienen un tremendo potencial
para potenciar la fantasía. Disfraces, rituales, escenarios, una variedad
infinita de accesorios sexuales, y elaborados sets revelan la riqueza creativa
de la vida interior, y hablan de la muy real necesidad humana de jugar y
fantasear. Las fantasías con los vehículos de un completo espectro de
sentimientos humanos: de controlar, de ser controlado, de incitar, de jugar, de
complacer, y de encontrar respiro de los confines de la mundanalidad de la vida
ordinaria. Representan la suspensión de la realidad normal que es una necesidad
ocasional de toda persona sana.
Probablemente, lo último que un masoquista aparenta es ser equilibrado. En
conjunción con esta naturaleza paradójica, el masoquismo provee no tanto un
estado de debilidad, sino un sentimiento de entrega, receptividad y
sensitividad. El masoquismo es la la condición de entregarse completamente a
una experiencia, que confronta vidas que, en nuestra sociedad occidental, son
egoístas, constreñidas, racionales y competitivas. La fortaleza puede ser una
carga terrible. Es una opresión, que puede ser aliviada en momentos de
abandono, de dejarse caer y dejarse llevar. Así que difícilmente sea
sorprendente que el llamado de las experiencias masoquistas sea tan fuerte en
una cultura que sobrevalúa la fuerza del ego a expensas de una experiencia
plena en todas las dimensiones de la vida psíquica.
En conclusión, creo que los terapeutas deben modificar radicalmente su enfoque
al hacer psicoterapia con pacientes masoquistas. Mis colegas se quejan de que
los masoquistas son difíciles de “curar”. Quizá se deba a que el paradigma
desde el que estos terapeutas operan falla. El reconocimiento del valor y el
significado del deseo de sufrir humillaciones va en contra de la actitud
predominante en psicología. El mayor impulso de las teoría y práctica modernas
ha sido hacia la psicología del ego. Los valores en psicoterapia han sido
apuntados, en su mayoría, a construir egos fuertes, racionales, y capaces de
resolver problemas. Estos valores son sin duda importantes, pero siempre hay un
precio a pagar para ganar fuerza, para ser racionales, para resolver problemas.
Esto puede ser la causa de la insatisfacción que mucha gente siente luego de
años de psicoterapia. Construir un ego fuerte es solo un lado de la historia;
esto niega otras partes cruciales de la psique humana. La psicología moderna ha
estado en gran medida centrada en ayudar a la gente a desarrollar su
independencia, su fuerza, a alcanzar acciones decisivas y enfrentar
adversidades. Lo que falta es prestar atención a otras dimensiones más sutiles
del alma.
EL ENCANTO DE LAS SOMBRAS
El psicoanalista más afinado con los elementos faltantes del trabajo
psicoterapéutico es Carl Jung. El masoquismo puede ser pensado como el
ejercicio de lo que Jung llamo la “sombra” [4]. – la parte más oscura,
mayormente inconsciente de la psique, que él no entendía como una enfermedad,
sino como una parte esencial de la mente humana. La sombra es el túnel, canal o
conector a través del cual uno alcanza las capas más profundas y más
elementales de la psiquis humana. Yendo a través del túnel, o rompiendo las
defensas del propio ego, uno se siente reducido y degradado. Usualmente,
tratamos de llevar a la sombra bajo la dominación del yo. Abrazar la sombra,
por otra parte, provee un sentido más completo del auto-conocimiento, la
auto-aceptación, y un sentido más completo de sentirse vivo. La idea de Jung
acerca de la sombra, involucra fuerza y pasividad, horror y belleza, poder e impotencia,
rectitud y perversión, infantilismo, sabiduría y tontera. La experiencia de la
sombra es humillante, y ocasionalmente aterradora, pero es una reducción a la
vida esencial, que involucra sufrimiento, dolor, impotencia y humillación. La
sumisión al dolor masoquista, la pérdida del control, y la humillación sirven
para abrazar nuestra sombra más que para negarla. El resultado es alcanzar una
vida interior que acepta y envuelve todos los aspectos de nuestro ser, y nos
permite vivir con un profundo sentido de nuestro propio ser.
En conclusión, la comunidad psicoterapéutica necesita reexaminar la sumisión
masoquista, para verla no como una patología, sino como un vehículo saludable
para vencer rígidos mecanismos de defensa; para ceder el control a algo o alguien
más grande que ellos; para alcanzar la libertad de la permeable e infatigable
necesidad de cultivar, promover y asegurar el ego; para obtener algo de alivio
del tener que tomar innumerables decisiones; para participar en sanas
representaciones de las fantasías; y para la exploración, conocimiento y
aceptación del lado “oscuro” o “sombrío” de sus personalidades. Además, muchos
pacientes manifiestan haber alcanzado una pérdida de su auto-conciencia, que
describen como éxtasis o bendición, en la que el individuo trasciende sus
límites normales, y deja de ser consciente de si mismo según los términos
usuales.
Un travestismo de nuestra profesión es que continuamos intentando “curar” un
sistema de creencias y conductas que enriquece y vivifica la vida de tanta
gente. El continuar “patologizando” al masoquismo al mantenerlo en el DSMIV
como una psicopatología, y los esfuerzos de la mayoría de los terapeutas para
“curar” al masoquismo, son en parte las causas de que continúe la vergüenza,
soledad y baja autoestima de esta gente creativa, espontánea y valiente, que
quiere recibir la dignidad de elegir su propia manera de vivir la sexualidad.
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1.EL self es un concepto que no tiene un término equivalente en español. Por lo
tanto es posible utilizar diversas acepciones. El sentido en inglés es el del
“yo” más interno. Un yo hacia el cual nos volvemos reflexivamente. No tiene
relación alguna con el concepto de yo del psicoanálisis. Se ha mantenido el
término original entre paréntesis para que el lector pueda apreciar en su
correcta magnitud las expresiones de la autora.
2. Para los americanos que se rigen permanentemente por normas estandarizadas el DSMIV es un patrón del cual no pueden apartarse. El uso del DSMIV se ha extendido a muchos países para facilitar diagnósticos.
3. Entiéndase “escena” como lo que nosotros llamaríamos “sesión”.
4. La sombra es uno de los arquetipos que forman parte del inconsciente colectivo.
Art. "La Mazmorra"