A partir de ahora no dejaría nada a la improvisación, sino que hubo tiempo suficiente para planear de forma ordenada lo que haríamos. Para nuestros siguientes encuentros, tendré libertad para "hacer lo que yo quiera" con Mariè. Como vivo en Lima Norte, esta vez elegí un punto de encuentro más cercano a mi casa. Los alrededores de Plaza Norte fueron el lugar ideal. Elegimos comenzar temprano esta vez, para no tener problemas con la hora.
Esta vez Mariè fue muy puntual en su llegada. Cambió los
leggins por un bonito vestido negro, bajo el cual unas pantimedias oscuras cubrían sus piernas por completo.
Era hora de comenzar. Me senté en una silla y le ordené que se coloque frente a mí.
— Muy bien, Mariè, igual que la vez anterior. Cierra los ojos, manos a la nuca y separa las piernas.
Mariè obedeció. Seguía siendo tan obediente como la primera vez. Esta vez, antes de comenzar con el hilo de preguntas, me detuve por unos segundos a observarla. Su vestido le llegaba a medio muslo, y era de vuelo más o menos amplio, lo cual me facilitaría pasar mis manos por debajo de él. Era la primera vez que veía a Mariè con vestido. En general me gustó su atuendo, siendo mi única "queja" que la falda del vestido me parecía "demasiado larga".
Comencé a hacerle entonces las preguntas del caso. Nombre, edad, altura, peso, medidas... Lo típico para conocer el cuerpo de mi compañera. Yo caminaba a su alrededor y escuchaba sus respuestas. Tras unos minutos preguntando y oyendo respuestas, decidí comenzar con la acción. Me coloqué detrás de ella y comencé a masajear sus nalgas por encima del vestido. Ya le había dicho que su
derriere era la parte de su cuerpo que a mí más me gustaba, por lo que no debió sorprenderle que comenzara a tocarla justamente por allí.
Subí mis manos hasta su cintura y la rodeé, pasando luego por su vientre, pechos, hombros y cuello. Mariè era especialmente sensible en la zona del cuello, por lo que le di suaves besitos allí. Mis manos bajaron nuevamente por su cintura y sus caderas, llegando hasta sus muslos, a donde la tela del vestido ya no alcanzaba cubrir. El delgado tejido de sus pantimedias me pareció algo áspero, pero no se lo diría sino hasta después, así que por lo pronto no me detuve mucho allí. Subí por sus muslos, y mientras lo hacía, le fui levantando el vestido, dejando su trasero al descubierto, pero estando aún cubierto por las pantimedias. Estas, sin embargo, no ocultaban del todo su ropa interior, que se mostraba oscurecida y no podía verla al detalle.
Estuve un buen rato recorriendo las curvas de Mariè por unos minutos más. Luego de eso, decidí pasar a otra cosa.
— ¿Qué tal eres leyendo, Mariè?
— Pues... No sé, pero supongo que lo hago bien.
— Hoy quiero hacer un juego contigo... pero antes, voy a quitarte esto...
Le quité las pantimedias. Se veían bonitas cubriendo sus piernas, pero al acariciarlas... No, hasta la tela de los
leggins me parecía más agradable al tacto.
En la habitación había una mesa pequeña, la cual acomodé cerca de ella.
— Párate frente a la mesa —le ordené.
Mariè obedeció.
— Ahora inclínate hacia adelante, apóyate en la mesa con los brazos.
Mariè, obediente y sumisa como siempre, hizo lo que le indiqué.
Me coloqué a un costado de ella para contemplarla. Mariè había quedado en una posición provocativa. La curva de su
derriere resaltaba especialmente en dicha posición, por debajo de su vestido, y mis manos tenían un fácil acceso a su cuerpo por debajo de él.
Le entregué una separata de dos páginas, y le indiqué que comience a leer. Había preparado un texto para que ella lo leyera. Era el primer capítulo de
El gran diseño, libro de Stephen Hawking y Leonard Mlodinow.
Mariè comenzó a leer de forma clara y pausada. Yo, detrás de ella, la escuchaba. Quedando conforme con su forma de leer, le subí el vestido y comencé primero a acariciar sus nalgas.
Avanzó un párrafo y dejé caer una nalgada en el trasero de Mariè. Ella no se inmutó ni se detuvo, siguió leyendo, manteniendo la posición.
Comencé a darle más nalgadas. Mariè se limitaba a seguir leyendo y recibir las nalgadas, manteniendo la posición lo mejor que podía, saliendo de posición a veces cuando la nalgada caía con cierta fuerza. Cualquier parecido con
cierta película con un Sr. Grey (que no es Christian) no es pura coincidencia...
Iba alternando caricias con nalgadas, en tanto que por momentos una de mis manos se deslizaba por su espalda y vientre, por debajo del vestido, hasta tocar sus pechos, mientras que la otra continuaba golpeando. Mariè resistía bien las nalgadas y no se levantaba de la mesa, aunque de cuando en cuando dejaba escapar algún quejido, sobre todo cuando aumentaba el ritmo y frecuencia de los azotes. En cierto momento oí un "ay, me dolió", pero no me inmuté. Solo bajaba un poco la intensidad al oír su "amarillo", para darle un respiro y luego retomar el ritmo normal.
Las nalgadas continuaban mientras Mariè avanzaba en la lectura. La piel de sus nalgas iba tomando un tono rojizo. La zona se había calentado, y podía sentir el cambio de temperatura cuando acariciaba sus nalgas. El ritmo de lectura de Mariè comenzaba a perder uniformidad, apurando a veces la velocidad, cambiando el tono de su voz o dejando escapar quejidos de dolor entre palabras.
— Más despacio, te estás apurando mucho —le dije.
Mariè volvió al ritmo de lectura pausado con el que comenzó. Pero la lectura aún no había terminado, y tampoco el juego.
Le bajé su ropa interior, a la altura de sus rodillas, y continúe "castigando" su trasero, ahora desnudo.
A medida que Mariè llegaba al último tercio de la lectura, yo masajeaba y apretaba sus nalgas de forma más ruda, y aumentaba la intensidad de las nalgadas. Cuando llegó al último párrafo, levantó nuevamente el tono de voz cuando aumenté la velocidad e intensidad de las nalgadas.
— ¡Terminé...! —alcanzó a decir ella, haciendo el ademán de querer levantarse de la mesa.
— No te muevas —le ordené.
Mariè se quedó en la misma posición. Mis manos acariciaron suavemente su trasero enrojecido. Le dolía. Tomé una de sus manos y la llevé a una de sus nalgas.
— Está caliente... —me dijo.
Le subí nuevamente la ropa interior, le acomodé el vestido y le indiqué que se levantara.
— Lo hiciste muy bien, Mariè. Mejor de lo que esperaba... Adivina cuántas nalgadas te di.
— ¿Cuántas?
— ¿No adivinas? Dame un número, cualquiera que sea...
— Uhm... ¿30?
— Jajajaja, no. Fueron muchas más... Has recibido 118 nalgadas.
— ¿En serio? —me dijo, sorprendida— Ay, pobres nalguitas...
Me reí.
Nos quedaban unas horas para seguir haciendo cosas, así que decidí continuar. Le indiqué a Mariè que se parara en una esquina.
— Quédate ahí hasta que te llame. No te muevas.
(continuará...)
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Relato basado en hechos y encuentros reales. "Mariè" fue una persona real, cuyo nombre he cambiado para proteger su privacidad.
El Muro